Juan tiene que hacer una encuesta a la salida de unos grandes
almacenes. La pregunta es clara: “se encuentra mas contenta-o después de la
compra realizada”.
Las respuestas son de lo más
variado, desde quien afirma que era un cambio, hasta que es un regalo. Nadie
justificaba si el motivo de la compra le hacía sentirse mejor. Por supuesto la
mayoría tenía prisa y no podían contestar. Gente que parece ir sorteando obstáculos
con el teléfono móvil en la mano, como
manifestando lo ocupados que están. Pero la encuesta se puede reducir, a lo que
no se dice, pero que su tono corporal indica. Las palabras se las lleva el
viento y por tanto que mas da, lo que se exprese.
Juan comprende que elaborar
encuestas no dice como piensas las personas, sino una idea, estereotipada, del
pensamiento general.
Es más fácil, ver las expresiones
de la cara, para ver que el objetivo de satisfacer un deseo material, no aporta
más felicidad. Sino una parte más del consumo generalizado.
Juan llega a la oficina para
ofrecer datos y su apreciación personal. Que por supuesto es rebatida, con
que se refiere a una apreciación particular. La empresa necesita datos para
ofrecer números y tantos por ciento que es lo que se puede ofrecer a la
sociedad, que reclama saber donde esta la normalidad. Curiosa manera de
sentirse grupo y enfrentados a los que no piensan así.
Juan se plantea que su trabajo no
vale para nada, entonces tiene que buscar uno en el que él, se encuentre a
gusto.
Ser un facilitador de números no
le hace sentir bien y menos es que se contesta cualquier cosa, para enfrentarse
a una realidad que da miedo reconocer equivocada, ese planteamiento cuestionaría
el sistema social y eso es filosofía, lejos del mundo.
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