Es curioso observar, a las
personas que entran en un supermercado. Seguramente saben que van a comprar
pero, por el camino, van cogiendo otras que se manifiestan como necesarias. En
las cabeceras de las estanterías están colocados productos que por su novedad,
oferta o diseño hacen que cuanto menos, la vista se dirija hacía ellos.
Juegan con la duda y ante ella
mejor tomarla por si se acaba. Perder una oportunidad, significa haber
desaprovechado la suerte.
Algunos eligieron traer el coche
para portar la compra, otros se ven desbordados por ella, pues bolsas de plástico
se reparten entre ambas manos y encima tener que responder a una llamada de móvil.
Curioso el deambular por los
diferentes pasillos, empujando un carrito metálico o un bolsa de plástico rígido.
Como ayudante pera acarrear productos.
Se compara a la libertad, donde
poder elegir entre un montón de cosas. Casi todo se encuentra a tu disposición,
puedes optar desde la comida a todo aquello que se ofrece y parece necesario. Como
si la libertad se dirigiera al hecho de poseer cosas, se cambia el concepto por
las cadenas de la posesión y la necesidad de tener cosas que no se encuentran
en tus necesidades habituales. Todo ello genera una dependencia ajena al
concepto de la tan ansiada sensación que es poder elegir entre el laberinto y
lo otro. El primero te llega a un sitio claro, entre el ahogo y la angustia. También
es la opción más elegida, mientras la segunda se allá en el mundo de lo etéreo.
Por ello más extravagante, con todo lo que supone en una sociedad,
perfectamente estructurada y con unos objetivos generales bastante marcados en
la mayoría de componentes.
La oferta parece decide lo que
necesitamos y por tanto necesitamos estar más atados para lograr conseguir la
misma.
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