Juan penetra en el bosque que ha
seleccionado. Tiene un fin de semana por delante y ha elegido ir a este
privilegio. Cada vez existen menos, por las especulaciones urbanísticas,
incendios sospechosos y demás factores que ahogan estos espacios naturales. Tiene
una entrada controlada para que el aforo no sea superior a lo que puede
soportar y una caseta donde informan de recorridos y avisos de comportamiento.
Juan ha llegado con su bicicleta
que deja en el aparcamiento. Un autobús ha facilitado la llegada a diez kilómetros
del mismo, fue a un hostal a dejar sus pertenencias y recorrió el trayecto en
su vehiculo. La mañana es fresca y hace que el silencio se convierta en vapor
de agua. Mira el mapa y elige el camino de la izquierda que lleva donde existe
una pequeña catarata del rio que atraviesa el paraje. A penas dos coches indica
las pocas personas que vienen en esta época a diario.
Los pájaros indican la otra vida
que allí ahí. El sonido de las hojas, agitadas por el viento, marca la música. La
respiración es agitada. Juan está subiendo una pendiente despoblada por la zona
delimitadora. Las piedras se muestran imponentes y entre ellas encuentra el
sitio de parar y sentir. Cerrar los ojos y sentir su estado en ese espacio, su
espalda esta junto al único árbol que allí creció.
Conecta con la tenue luz del sol,
que a ratos aparece entre las nubes. Pero como si el tiempo se removiera
comienza a caer una fuerte tormenta. Entre las piedras encuentra acomodo y protección.
De nuevo cierra los ojos y siente los sonidos y el olor de la tierra mojada. El
cielo esta encapotado y parece que el día seguirá así.
Pensar en que ha tenido mala
suerte, será ahogarse el día, disfruta.
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