Dicen que las maquinas tienen vida propia.
A lo largo de la vida de las mismas siguen procesos que no entran en nuestra
conciencia. Cada máquina tiene una utilidad y como tal esperamos que cumpla con
ella. El taladro girara mientras nosotros tenemos el dedo apretando el gatillo
correspondiente. La televisión funcionara automáticamente cuando damos al botón
de encendido. El aspirador iniciara cuando accionamos la tecla correspondiente.
Pero un buen día el coche comienza a hacer ruidos extraños e incluso se llega a
detener. Nuestro cerebro entonces comienza una especie de bloqueo, intentando
entender por qué las cosas no llevan el ritmo por el que fueron construidas y
diseñadas.
En informática te enseñan que cuando algo
no funciona es accione el botón de encendido y apagado para que vuelva a
retomar el control.
Nuestra cabeza es diferente, tan llena de
datos, de circunstancias que acumulamos, sin darnos cuenta, que lo que siempre
buscamos es el desconectar durante un periodo de tiempo, de ahí surgieron la
necesidad de tomar vacaciones, donde hacer cosas diferentes.
Pero la vida propia de los aparatos eléctricos
o mecánicos aparece con el paso del tiempo, como si tuvieran una fecha de
caducidad marcada desde el origen de su construcción. Entonces empiezan a
surgir comportamientos anormales y puede llegar a ser interpretado como vida
propia.
También los humanos tenemos nuestra fecha
de caducidad que va desde el propio nacimiento hasta edades muy avanzadas.
Según vamos cumpliendo años vamos siendo diferentes como la vida útil de las
máquinas.
A veces los cambios son tan grandes que ni
nos reconocemos, en su caso extremo. En diferencia sustituimos piezas
defectuosas y ese mismo modelo lo hacemos con el sistema óseo y orgánico. Pero
por encima de todo eso están otros centros de control: cerebro, corazón e
intestino. Un conjunto total.
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