Juan
tiene entorno, a los cincuenta años, sale con una chiquilla que acaba de cumplir
veinte años, como novia. El contraste entre la madurez y la juventud se hace
manifiesto cuando cruza la calle.
Juan
encuentra la frescura perdida en esta muchacha. Ana encuentra al padre que
nunca ha tenido, le da la seguridad y la firmeza. En su pasado cercano, no le
tuvo.
Se
han mezclado dos necesidades. Normalmente la suma no produce una unidad, sino
la soledad de ambos. Por ello están abocados al fracaso. Las ideas
preconcebidas darán lugar a una solución de difícil conjunción. Se parece más a
la mezcla de aceite y agua, cosa difícil.
La
frescura de Ana contrasta con la piel más ajada de Juan, por más que quiera
disimular su edad, sus movimientos delatan la edad cronológica.
El
paso de cebra es el escenario de las miradas del contraste. La conversación que
lleva la pareja no hace que se fijen en su entorno y traten de disimular la
unión.
El
contraste no pasa desapercibido y ellos lo saben, pero piensan que lo más
importante es lo que sienten. Ese amor que les surgió como un hechizo, ser lo
importante. Asumieron el rechazo que iban a tener, creyeron ser diferentes a
los demás. El mundo podría ser hostil, pero ellos eran diferentes pueden
cambiar los pronósticos.
Ana
tiene miles de ideas por poner en práctica. Está llena de vida. Juan ha quemado muchas
etapas, como tal, su personalidad se ha modelado, quizás un desencanto sobre lo
que le rodea. Cuando surge Ana desde el primer momento cree que puede ser
posible, su autoestima sube, sigue siendo capaz de poder enamorar a una
jovencita. Pero la juventud de Ana no le da nada más que la frescura que ella
tiene.
Ana
encuentra al padre.
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