viernes, 3 de agosto de 2018

UN DÍA EN LA VIDA DE TOMASA




Tomasa es una mujer de ochenta y tantos, es una viejecita, entrañable, encorbada siempre ayudada de su bastón inseparable salvador de caer una y otra vez. Sus ojos se ocultan en unas gafas gruesas. Su mirada surge por encima de las gafas, como queriendo descubrir lo que la miopía le evita. Hoy ha salido a comprar su barra de pan, es una tarea que la hace caminar un poco y la saca de casa durante quince minutos. Su vestido multicolor indica su procedencia y una bolsa de algodón completan su vestimenta, su sonrisa aparece con normalidad, luego vendrá la furgoneta que la lleva a un centro de mayores donde pasara el resto del día hasta las cinco que la regresan a su domicilio. Hora en que elabora una sencilla cena que su hija deja medio preparada en el frigorífico. Recibe la visita de su vecina Luisa y de su amiga Ana a las seis. Entre las tres comienzan su tertulia y su juego de cartas, siempre con trampas, por medio, para llenar de sonrisas la velada, hasta las ocho de la tarde, donde regresan a sus casas. Lo hacen en casa de Tomasa por ser la más mayor. Pero siguen soñando con salir de vacaciones como si el tiempo no hubiera pasado factura a sus articulaciones. Siguen soñando con pasear por la orilla de la playa y hasta adentrar en el mar. Tomasa descubre que su bastón no es submarino y flotaría. Lo que genera nuevas sonrisas.
Sobre las nueve tiene las llamadas de control de sus hijas. Donde intercambian actividades y locuras. Tras la cena un poco de televisión que ayuda a nublar la vista e indica el camino a su cama. Una infusión caliente habrá llenado de calor la soledad que tiene llegado a este punto, hasta mañana.

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