Juan
estaba recorriendo la comarca donde había ido a descansar, se había
informado de los diferentes senderos entre montañas y árboles. Un
vecino le hablo de una cueva en aquella zona y fue tres días allí,
un impulso le abrió esa comarca, para él desconocida. Se llamaba
cueva de los franceses, porque se refugiaron en ella, un destacamento
en la guerra de la independencia. Una masacre se llevo acabo allí,
como venganza a las acciones ejercidas por el ejercito francés. En
la zona estaban orgullosos de la hazaña. Juan estudio los sucesos
acaecidos hace tanto tiempo para descubrir un entorno esplendido.
Un
pequeño arroyo abastecía de agua unas huertas que había más
abajo.
La
cueva estaba cerrada con una pared de ladrillo como queriendo
esconder la muerte de diecisiete personas. Les tuvieron acosados
durante ocho días, acabados por introducir, por una de las vías
de respiración, una humareda que les obligo a salir para entregarse,
pero al estar fuera fueron masacrados y sus cuerpos descuartizados.
La rabia acumulada se desparramo y solo quedaron jirones de uniforme
y brazos y piernas desmembrados. Se enterraron en un túmulo próximo
y el lugar quedo en los anales de las leyendas negras de la zona.
Subiendo
entre piedras descubrió el lugar por donde habían metido ramas
verdes encendidas que origino la salida de los escondidos.
Juan
se sentó como queriendo conocer el suceso por el que había pasado
más de dos siglos, pero solo una pequeña brisa y el canto de algún
pájaro era toda respuesta. Como toda crónica negra permanece
escondida en la cabeza de los habitantes.
Sin
dar razón a la estupidez humana en comportamientos tan encarnizados,
abandono el paraje. La cueva de los franceses permanece en el
interior de las personas que creyeron encontrar un refugio. En un
sitio, ahora tapiado.
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