Llego
en un avión a un país árabe, nunca se le hubiera ocurrido ir a
allí. Una amiga le convenció para ir, como destino exótico
turístico. Venció su resistencia pero se llevo la lupa con la que
analiza diferencias para la justificación de su manera de pensar.
Margarita había estado dos veces con lo cual sabía que debían
visitar y cual eludir. El aeropuerto estaba cerca de la ciudad,
algunos ejecutivos llegaban y salían del edificio, como cualquier
otro. Juan descubrio la sonrisa y el afán de entenderse de las
personas que se encontraban, para hablarles en castellano o su mezcla
de idiomas. El zoco les trasporto a las ofertas anunciadas y
seductoras, pero lo dejarían para el último día.
La
vestimenta no le dejaba de sorprender. Así como la mezcla de la
escasa agua formando jardines refrescantes que invitaban a dejar las
prisas occidentales. Una Margarita entusiasmada no dejaba de contar
anécdotas anteriores para llenar el viaje de su amigo. La cena la
hicieron dentro de las murallas a pesar de la desconfianza de Juan.
Una luna en creciente se dejaba ver sobre las casas de dos alturas
como máximo. El bullicio se había extinguido y la alerta subía las
pulsaciones del viajero. Margarita trataba de bajar el ritmo cardíaco
de un Juan que miraba hacía todos los lados, destacando la cena en
el hotel como mejor opción. Ella tomo su mano para darle la
seguridad perdida. Un pequeño restaurante con parejas europeas, dio
la tranquilidad a un ambiente árabe y una música suave.
Margarita
se convirtió en cicerone y le tradujo los manjares expuestos en la
carta. Disfrutaron de la cena pero la salida despertó de nuevo sus
alertas. La orientación y la mano amiga fueron determinantes para
llegar al hotel, ubicado en las afueras. Habían superado
resistencias.
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