A
veces, uno se sorprende, a donde podemos llegar en un proceso de
irracionalidad. Sin darnos cuenta atravesamos esa delgada barrera que
nos permite estar en un lado u otro de la vida. Donde se rompen los
compromisos éticos, adquiridos en muchos años y aceptados como
propios.
Sin
querer o queriendo nos introducimos en un espacio donde no esta
diseñado el meternos y surge una novedad. Al comprobar que no pasa
nada seguimos en esa dirección y lo establecido como norma queda sin
sentido, nos burlamos de los cánones. Si hemos sido capaces por
pasar esa frontera, las demás quedan sin validez.
El
inconsciente nos lleva a tiempos bíblicos donde Eva, en el paraíso
terrenal, quiere llegar a un sitio que le permite tener mas poder.
Desobedece el campo acotado y sufre un castigo. Como el castigo no
aparece en poco tiempo, lo ideal es seguir para adelante metiéndonos
en esa espiral asfixiante con la consecuencia de terminar ahogados.
Pero ya no hay vuelta atrás. Seguimos en la linea de la sinrazón y
ocupamos el espacio concertado fuera de ella. El sentimiento de culpa
aparece una y otra vez, pero nos creamos liberados de responsabilidad
contraída anteriormente.
El
pasaje por la puerta sublime es tal que un nuevo mundo aparece, sin
siquiera poder racionalizar las consecuencias personales o sociales
que acarrea la decisión. Parece como si al chico pequeño se le
advierte que no meta los dedos en el enchufe, una poderosa idea
aparece en su cerebro con objeto de descubrir que se oculta en ese
enchufe, quizás dotado de cosas mágicas, tan atractivas a quien
está descubriendo el mundo. La consecuencia es de todos conocido el
consiguiente latigazo eléctrico y el llanto de arrepentimiento si
está rodeado de sus progenitores o el susto desmesurado si se
encuentra en soledad.
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