Juan
espera una llamada telefónica, esta sentado en el sofá, pero una y
otra vez espera que se produzca, ello le lleva a levantarse una y
otra vez, ahora a beber agua, ahora al servicio, ahora a colocar los
libros de la estantería... La lucha interior le lleva a hacer
cualquier acción, no le gusta esperar. El fantasma de la duda se ha
instalado en su cerebro y no le permite clarificar. Nota su
inestabilidad cada vez que se levanta. Ese tambaleo esta presente en
su verticalidad. Su gesto es el de una persona preocupada, acompañado
de una mirada cabizbaja. Unas manos donde se descubre un temblor
incipiente trasmitido a cada cosa que toca, el objeto parece dotado
de corazón y por tanto de movimiento.
Llega
a pensar si la llamada se va a producir. Juan comienza a dudar de
todo, hasta del timbre telefónico. Su mente busca una salida.
Abre
la ventana en busca de la llegada de aire renovado, permitiendo la
salida del viciado alojado en su cabeza.
Juan
ha pasado por situaciones similares, superando, pero no termina
creyendo que lo hizo por si mismo. Siempre la espera de algo o de
alguien que preste tu ayuda.
La
capacidad de fuerza interior se diluye como la de un globo con un
pequeño poro, parece que esta hinchado del todo pero la forma
arrugada demuestra lo contrario.
Ahora
marcha a la cocina a comer cualquier cosa. Sigue en su ahora, pero no
lo llena de sentido, al contrario, sintiendo como un movimiento
mecánico, casi un tic, pero orientado en mil lados.
Ahora
sentado en el sofá, cayendo reventado como si una maratón hubiera
pasado por su cuerpo. Toma uno de los cojines para facilitar a los
pies estirados sobre la mesa.
Termina
de acoplar, cuando suena el teléfono móvil.
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