Una
frente prominente unos ojos hundidos en cuencas grandes, precedidas
por la montura de unas gafas metálicas. Una boca escondida entre un
barba poblada. Así es la apariencia de la cara de Juan. No pasa
desapercibida. Adornada por un pelo siempre despeinado. Deja huella
en la imagen de quien se le cruza en la calle. Puede ser problemático
para cualquier persona pero él no hace ningún caso. Sobre la manera
de ser del resto de personas. Vive solo. No suele compartir cosas
salvo la biblioteca donde saca los libros de dos en dos, no tarda una
semana en devolverlos y tomar unos nuevos volúmenes.
Los
días que hace bueno busca disfrutar de ellos en un parque y sino su
casa es un buen lugar. Un banco de madera parece acogerle y consigue
adaptar a las mil posturas de lectura. Un árbol le da la sombra
necesaria.
En
su casa hay una televisión pero nunca está encendida y es de las de
rayos catodicos, con su inevitable panza.
Un
teléfono mudo, de los de baquelita negra, sin linea. Termina de
definir una casa museo. No por las cosas contenidas sino por la edad
de las mismas.
Juan
tiene un accidente, no tiene a nadie para ser avisado. En la cama de
al lado a la suya hay un indigente, sabe que no saldrá de está y le
cede la llave y todo lo habido en la casa.
Andrés
piensa que le ha tocado la lotería, le dan el alta y se dirige a su
nuevo hogar. Juan deja de respirar y una nueva oportunidad se le
presenta. Ya tiene cobijo e intentara poner a trabajar. La dirección
va escrita en un papel. Un olor a cerrado le lleva a abrir ventanas.
En una caja de puros encuentra un poco de dinero.
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