lunes, 30 de abril de 2018

EL CALOR DE LA VIDA




Los acordes de una guitarra abrieron la sesión de un ordenador. El trabajo se acumulaba en la mesa de Juan. Siempre es mejor abrir con un poco de música, así piensa.
Ahora tocaba priorizar por lo más importante. Cuando no se tiene cual es lo mismo, la rutina llevaba a lo que esta arriba.
Una llamada le hace olvidar lo que ha comenzado, gestos de preocupación, palabras entrecortadas, mirada fija sin ver nada.
La conversación parece telegráfica, con instrucciones concretas. Juan apaga la música, tratando de digerir lo que ha oído. No necesita distracciones, su madre ha ingresado en coma en un hospital.
Juan trata de entender que su madre es mayor y es ley de vida, pero las dudas le surgen. ¿Mayor para dejar de vivir? Su salud siempre ha sido buena, pero la llamada de su hermano refleja otra realidad.
Comunico su ausencia para ir al hospital. En el metro no puede evitar que una lagrima recorra su mejilla, mientras era contemplado por una adolescente. Con un gesto de su mano trato de eliminar la huella pero ella abandono la música de los auriculares y observó. En la estación adecuada bajo mientras la mirada de la muchacha seguía sus pasos por el anden.
Juan subió las escaleras deprisa con intención de estar más cerca posible de su progenitora. Preguntó en información y le dieron la ubicación. En la puerta estaba su hermano y su mujer.
Detalló como había ocurrido y calló. En quince minutos salió un médico para informar del estado de la paciente, a veces, sobran las palabras. Sus gestos delataban el desenlace.
Se abrazaron los tres y pidieron verla. Tras la puerta estaba un cadáver, sustituto de su madre. Rodearon la cama y tomaron unas manos inertes, pesadas, estas, aun conservaban el calor de la vida.

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