lunes, 16 de abril de 2018

CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA




Juan puso un limite a su vida, no quería envejecer sin más con las perdidas cognitivas que lleva la edad. Su limite era los sesenta años. Su vida parecía tener una fecha de caducidad, salvo algún acontecimiento que pudiera deber a un accidente.
Lo había expresado muchas veces a sus amigos pero pensaron que era una tontería que le daba. Tuvo dos hijas y a los cincuenta se separo de su mujer.
La fecha del calendario que coincide con su natalicio llegó. Desconecto el teléfono y como tantos suicidas, escribo un par de cartas dirigidas a sus hijas.
El meto fue simple un envenenamiento tras la ingesta de un elevado de pastillas mezcladas con calmantes, no queriendo sufrir. Su decisión fue tomada cuando cumplió los treinta años y el último año fue una representación y hasta un estudio de como elaborar su muerte.
Fue al notario para cambiar el titular se su casa a nombre de ellas. Dispuso todas las acciones para que no tuvieran problemas con la herencia. Mientras consumió sus días como un relleno, con la escusa de su perdida de facultades físicas y hasta cognitivas, al fin y al cabo tenía que justificar su decisión tomada con tanto tiempo. Las salidas al campo ya dejaban de tener el brillo y la chispa de hacía unos años. Tomar unas cervezas con sus amigos, le llegan a ser monótonas.
Dejó de interesar por todo para focalizar la cámara en una sola dirección.
Llegado el día la comunicación entre amigos llego en mensaje telefónico, todos estaban en torno a esa edad y comentaban el tiempo anunciado del aviso y nadie le creyó, justificándolo con sus rarezas personales y su particularidad de entender las cosas. Todos habían notado lo extraño que le veían en los últimos seis meses, pasado el verano.

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