Juan
puso un limite a su vida, no quería envejecer sin más con las
perdidas cognitivas que lleva la edad. Su limite era los sesenta
años. Su vida parecía tener una fecha de caducidad, salvo algún
acontecimiento que pudiera deber a un accidente.
Lo
había expresado muchas veces a sus amigos pero pensaron que era una
tontería que le daba. Tuvo dos hijas y a los cincuenta se separo de
su mujer.
La
fecha del calendario que coincide con su natalicio llegó. Desconecto
el teléfono y como tantos suicidas, escribo un par de cartas
dirigidas a sus hijas.
El
meto fue simple un envenenamiento tras la ingesta de un elevado de
pastillas mezcladas con calmantes, no queriendo sufrir. Su decisión
fue tomada cuando cumplió los treinta años y el último año fue
una representación y hasta un estudio de como elaborar su muerte.
Fue
al notario para cambiar el titular se su casa a nombre de ellas.
Dispuso todas las acciones para que no tuvieran problemas con la
herencia. Mientras consumió sus días como un relleno, con la escusa
de su perdida de facultades físicas y hasta cognitivas, al fin y al
cabo tenía que justificar su decisión tomada con tanto tiempo. Las
salidas al campo ya dejaban de tener el brillo y la chispa de hacía
unos años. Tomar unas cervezas con sus amigos, le llegan a ser
monótonas.
Dejó
de interesar por todo para focalizar la cámara en una sola
dirección.
Llegado
el día la comunicación entre amigos llego en mensaje telefónico,
todos estaban en torno a esa edad y comentaban el tiempo anunciado
del aviso y nadie le creyó, justificándolo con sus rarezas
personales y su particularidad de entender las cosas. Todos habían
notado lo extraño que le veían en los últimos seis meses, pasado
el verano.
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