La conversación entre Ana y Juan
es sobre si las mujeres son superiores a los hombres o viceversa. Ana está
enfervorizada en el tema. Hasta que Juan la señala que lo importante no es quién
sea superior, sino el recorrido que tienen, ambos, en esta vida.
No es mejor saber quien es más
inteligente si un albañil o el arquitecto. El uno sin el otro, no son nada. La
diversidad de sexos es similar a los colores, tan importantes en la paleta de
un pintor que si excluyesen colores, se encontrarían cojos.
Juan justifica la tontería de elegirse
en reyes o reinas, cuando lo importante es saber aprovechar lo que cada uno
contiene y aporta a los demás. Con un ladrillo o con un camión.
Ana intenta volver a la
conversación que ella quiere. Pero Juan no quiere ir en ese terreno porque a la
larga saca lo peor de cada persona para alcanzar, ¿el triunfo?
Ana se siente seducida por la
argumentación de Juan y parece razonable, por ello también renuncia, aunque
justifica que ellas son el poder de la tierra. Juan sonríe pero la deja que
obtenga su pequeña victoria.
Ese acto de renuncia la subleva a
Ana, por buscar la confrontación para lograr ese triunfo que la anime a seguir
en su línea.
Juan lo justifica para decir que
no lo necesita, lo importante es estar a gusto con su pensamiento, lo que le da
seguridad y la flexibilidad de la tolerancia, para entender que todos somos
diferentes, por ello parte de la gama de los colores.
Ana llega a admirar a Juan por
sentir aquello que dice sin la fuerza del convencimiento, sino de mostrar otra
manera de ver las cosas. Aunque ella le pique para que salte, no lo consigue y
por tanto le admira.
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