sábado, 19 de enero de 2019

LA ALDEA MALDITA 1




Juan avanzaba en su coche hasta una aldea de las denominadas malditas. Sus antepasados sufrieron persecuciones nunca aclaradas. Pero a pesar de contar un entorno maravilloso nadie se ha atrevido a vivir o invertir en esta comarca.
De hacho el asfalto termina un kilómetro antes de llegar a estas siete casas. Luego baches, casi siempre llenos de agua. Lo que dota de una exuberante vegetación. La aldea se encuentra a los pies de una montaña, tan abrupta como desconocida, bajo una pared vertical se recogen las casas, por el otro lado un profundo rio que figuran como vallas de aislamiento.
Al llegar se encuentra un lugar sin vida, no hay gente fuera, ni humo en las chimeneas, ningún coche, solo el movimiento de las gallinas en un pequeño corral y unas huertas con plásticos, intentan alargar los tiempos de cosecha. El camino rodea la montaña y se mete en una espesura de un bosque de hayas centenarias.
Juan se cuestiona si ha tenido sentido haber hecho tantos kilómetros para no encontrar a nadie.
El ruido del motor había sido motivo de alarma para esconderse dentro de las casas o los recovecos entre las rocas, decenas de ojos siguen los movimientos del extranjero. Juan golpea con los nudillos una de las puertas, pero no recibe respuesta, lo intenta en la siguiente casa y la respuesta es la misma. Tras la llamada a la última casa, vuelve sus pasos hacía el coche y va al próximo pueblo para ir al bar e informarse sobre la aldea maldita, le responden que nadie va allí nunca, es un lugar en que los habitantes son esquivos y ni siquiera compran nada, suelen ir en una furgoneta por alimentos a una ciudad más grande, tres pueblos atrás, pero nadie sabe nada de ellos. Son una incógnita.

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