Los
acordes de una guitarra abrieron la sesión en un ordenador. El
trabajo se acumulaba en la mesa de Juan. Siempre es mejor abrir con
un poco de música, así piensa.
Ahora
tocaba priorizar por lo más importante. Cuando no se tiene cual es
lo más prioritario, la rutina llevaba a lo que esta arriba, del
montón de papeles
Una
llamada le hace olvidar lo que ha comenzado, gestos de preocupación,
palabras entrecortadas, mirada fija sin ver nada.
La
conversación parece telegráfica, con instrucciones concretas. Juan
apaga la música, tratando de digerir lo que ha oído.
Cierra
la sesión y dirige los pasos al despacho del encargado. Al salir
tropieza con la mesa y hace que los expedientes caigan al suelo.
Recogió sin ordenar y los volvió a dejar sobre la mesa, había
tantos que le llevaría buen tiempo colocarlos de nuevo.
Sin
saludar a su buenos días, como una metralleta recibe el rapapolvo
del responsable, ni le invito a sentarse. Uno de tras de otro
argumentos que motivaban el enfado. A los cinco minutos calló. Juan
hablo si podría contestar a todas las acusaciones.
- Soy todo oídos, contestó el subdirector.
Aun
de pie justificaba las acciones que recordaba haber escuchado. Por
fin le invito a sentarse para no parecer estar por debajo. Andrés
perdía los nervios con mucha facilidad. Los argumentos de Juan no
satisfacían las acusaciones, pero las dotaban de lógica.
Los
oídos de Andrés estaban cerrados, tenía una decisión tomada y era
el despido, por tanto, cualquier argumento sobraba.
A
partir de hoy prescindían de sus servicios.
Los
acordes de la guitarra seguían resonando en su cabeza pero a ritmo
más lento. Su pregunta era ¿y ahora qué?
Recogió
sus cosas y se despidió de sus compañeros. Pocas palabras y un
“hablamos” cierran un ciclo largo.
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