Lejos
del cogollo de la ciudad, esta la linea fronteriza, donde no ha
llegado el poder integrador de la urbe, a penas hay transición. El
ansia por nuevos terrenos lleva a las pesadas escabadoras a uniformar
cualquier terreno convirtiéndolo en plano. Allí es donde vive Juan,
hasta ahora espacio olvidado de la codicia constructora, pero el
destino lleva a la construcción de chales adosados, con la creencia
de tener mucho espacio y ser independientes por no tener vecinos ni
arriba ni abajo.
La
última colonia de pisos baratos, con escasas infraestructuras, hasta
la llegada de la linea de autobús. Convirtió la zona en algo
marginal, siendo un lugar donde todos se conocen.
El
fantasma del paro junto a mucha gente que con mucho tiempo y poca
actividad, salvo la reunión en el único bar. Testigo de reuniones,
discusiones y centro de todo lo que allí sucede. Juan es su regente.
Anota como antaño las deudas, convertidas en sagradas de las
consumiciones servidas y no abonadas.
Juan
se ha hecho referencia en el barrio, es a quien se le pide consejo,
intermediación y solucionador de conflictos. Pero sabe que el futuro
cambiara la forma de los ocupantes. Las mallas de alambre delimitan
un espacio que parecía de todos con sus vaguadas y árboles pelados.
Nuevos vecinos rodeados de vallas querrán el aislamiento del resto
de viviendas queriendo constituir un oasis, relativamente cerca del
núcleo urbano.
Juan
expresa los temores pero nadie quiere pensar en la transformación
que se producira. Le han llegado rumores de la creación de un centro
comercial junto a la urbanización, con lo cual se les aislara de
nuevas fronteras de cemento y asfalto.
Juan
siente que debe irse del nuevo proyecto, no quiere cambiar su forma
de ser. Coloca un cartel de “se vende”. Creando la inquietud.
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