El
caserón había tenido muchas utilidades, la última fue un
restaurante, pero el descuido produjo la perdida de clientes y los
habituales lo abandonaron con la subida de precios.
Eran
dos familias que se repartían el trabajo, pero los roces entre ellas
llevaron al deterioro que supuso el cierre. La suciedad se llevaba a
acumular y el tejado mostraba aberturas que hacía que el agua
perpetrase al interior.
El
cartel de venta, estaba en la puerta principal y a nadie le extraño.
Juan paso por allí y se interesó por el lugar. Tomo el teléfono y
contacto con una mujer con voz aguda. Sobre el precio y los metros
cuadrados que tenía. El precio era elevado pero quería ver el
interior. Acordaron una cita y se presento con su amigo Ángel. Con
la idea que cuatro ojos ven más que dos, tomaron nota de medidas y
posibilidades. Nada se podría aprovechar.
A
la salida se felicitaron de que estuviera en ese estado para negociar
a la baja el precio y las posibilidades.
El
viejo caserón permitía escavar en el suelo y sacar una bodega y un
almacén extra.
Dibujaron
sobre plano la distribución y comenzaron los cálculos de
rehabilitación del edificio, más el material necesario para su
funcionamiento.
Ángel
le aconsejo la posibilidad de hacer unas participaciones de
particulares como si fuera un fondo de inversión. Se fijaron en unas
cantidades no excesivas fijadas en mil euros.
Para
sorpresa la llamada fue un éxito y reunieron el dinero para afrontar
los gastos. Fue fácil llegar a un acuerdo porque las familias
dueñas, querían dejar de verse. El negocio comenzaba como un
referente a la hora de financiación y tuvieron mucha ayuda de gente
anónima. Comenzaron más deprisa de lo previsto. Y la ilusión llego
a muchas personas, convirtiendo en colectivo.
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