Juan
era un hombre triunfador, a nivel social. Ha alcanzado los tótem de
la sociedad actual: trabajo, casa, mujer y posición social.
El
día 25 cumplía sus cuarenta años, era un signo de abandono de una
etapa de su vida para pasar a una más adulta. Es como si hubiera
corrido para alcanzar el nirvana social.
Envidiado
por esa carrera progresiva de éxito, había sufrido envidias,
zancadillas y hasta humillaciones, a pesar de todo lo logro. Juan
olvidó que en su carrera, había desaprovechado aspectos que le
daban madurez, que le asentaban dentro del mundo. Su círculo de
amistades se restringió, era una perdida de tiempo. Como comentaba
con Lidiá, su mujer, participe de su vida desde hacía cinco años.
Disfrutaba de un estatus sin herencia familiar.
Ese
día fueron a cenar al mejor restaurante de la ciudad, fue una cena
de reflexión para hacer balance de sus vidas, anotar lo conseguido y
las carencias a nivel personal. Su mujer, tres años menor, era la
receptora de logros y carencias.
- Tengo que tomar una decisión en mi vida y va ser está noche, contigo. Indico Juan mirándola a sus ojos.
- Suena muy perturbador lo que dices. Lidiá contestó nerviosa. Mientras los camareros servían los platos seleccionados.
- Ha llegado el momento de seguir por el camino emprendido o tomar uno nuevo. Dijo él.
- Pero la decisión no se puede tomar así, tan de repente. La mano de su mujer se movía nerviosa entre los objetos que encontraba en el mantel. La comida parecía olvidada mientras tomaban una copa del vino elegido tantas veces. Balbuceaba como no queriendo perder lo obtenido.
- Lo principal no es lo que tenemos sino lo que nos ha faltado en este camino. ¿Entiendes?
- Entiendo pero tengo miedo, dijo ella
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