Sus ojos sostienen unas enormes
bolsas, según van pasando los días se acrecientan. La lozanía la perdió hace
unos años.
Ana trabaja en una peluquería,
cuando tiene tiempo sale a al calle, para fumar un cigarro que no siempre
apura.
Su aspecto ha ido decayendo en
esta última etapa. Se ha abandonado la alimentación, su imagen corporal y se
siente como un capazo receptor de turbias cosas, tanto en su vida personal como
la de otros, cercano a ella.
La peluquería siempre ha sido un
nido de murmullos, donde todas creen tener la verdad de las cosas.
Pero Ana en estos dos años ha
bajado el pistón de su vida, haciéndola más despreocupada.
Trabaja solo por las mañanas. Por
la tarde ha tenido siempre tiempo para ocuparse de la crianza de sus dos hijos,
ahora adolescentes y cuidar la casa, hasta la llegada de su marido, allá por
las seis de la tarde. Su relación con él se ha ido deteriorando, precisamente
desde hace dos años y los problemas de sus hijos ya son diferentes, con lo que
se siente desbordada.
Su casa es pequeña tiene dos
habitaciones y el comedor. Donde se hace toda la vida hogareña. Una mesa donde
se come y otra auxiliar donde los muchachos hacen los deberes, aunque en
realidad es un nido de disputas.
Ana sin querer o queriendo va
recogiendo cosas continuamente, las va guardando como en bolsas, similares a
las que cuelgan de sus ojos.
Su desvalorización es cada vez
mayor y no se siente apoyada. El trabajo se le antoja rutinario y siente tocar
fondo, con todas sus consecuencias.
El verano parece estar cerca pero
quizás no valga para enderezar su vida, al menos así lo piensa. Con lo cual
pierde el estimulo gozado hace años, con la narración del mismo.
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