Martina se sienta en una escalera
que da acceso a unas tiendas, es temprano y la cara está, ya, sudorosa. La
mirada perdida en sus recuerdos y el brillo de sus ojos desaparecido. Es verano
y ya se agradece la sombra, a pesar de ser una temprana hora. Su cara
redondeada describe la cantidad de vueltas que da a sus ideas.
De pronto una lágrima nace de sus
ojos y sin poder remediarlo, aparecen otras más, trata de abortarlas con la
ayuda de un pañuelo de papel muy arrugado. Por allí pasan muchas personas, pues
es camino del metro, pero todo el mundo tiene prisa, tienen calculado el tiempo
para llega al puesto de trabajo o sus obligaciones.
Antonio baja a su perro para
hacer sus necesidades y al ir más despacio, sorprende a Martina. Mientras el
animal la olisquea. La pregunta:
-¿La puedo ayudar? Pero un
balbuceo es toda la respuesta. Como no ha entendido la respuesta, se acerca un
poco más a ella y repite la pregunta.
Ahora si responde:
-Es un cúmulo de situaciones que
no puedo salir.
-Te importa que me siente a tu
lado. Las tiendas aun no han abierto el cierre metálico. Responde con la
cabeza, mientras desplaza su cuerpo hacía el bordillo. Antonio adapta la misma
posición corporal de ella y dice:
-A veces creemos que todo lo que
nos rodea esta en ruinas como el paso de un terremoto, nos desolamos y perdemos
la esperanza en todo, solo vemos lo que creemos ver delante nuestro, desolación.
Pero olvidamos que existen otras muchas cosas que pasamos sin darlas sentido y
son tan importantes como la vista parcial que hacemos en un estado como el que
te encuentras. Comienza a respirar lentamente, así tomas control de tu vida, ya
eres dueña de ti. Siéntelo.
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