Es un día caluroso del verano,
las reservas de agua se agotaron pero saben de la existencia de una fuente en
la vaguada, por ello no tienen problema. Aceleran su paso para saciar su sed.
La ladera no les permite alegrías por la cantidad de piedras desprendidas, lo
que ayuda a un desequilibrio con facilidad.
El verano ha llegado a su cenit y
las gotas de sudor marcan, cualquier ejercicio físico, como el de, Juan y
Antonio. Esta ruta no lo hace mucho tiempo, pero recuerdan su ubicación.
Unos chopos indican el lugar, no
hay pérdida. Las zapatillas terminan de llenarse de arena y piedrecillas, pero
el chorro de agua las liberara, de las mismas.
Comienza una carrera por llegar
primero, para ello tienen la rodean. Es Juan el primero en llegar y parar para
ver lo que sus ojos observan, un hilo de agua es lo que mana la fuente. Antonio
dice que siempre la ha visto con un buen volumen de agua, incluso en pleno
verano, como hoy.
Extraen sus botellas y al ver el escaso
caudal, apoyan las mismas para que el hilo intente llenar la botella, labor que
puede llevar el cuarto de hora, pero están en la sombra e intentaran recuperar
el gasto hídrico.
La ansiedad deja paso a la
espera. Unas piedras les sirve de acomodo. Según esperan comentan la pertinaz
sequía. Y como el hecho de desear algo, no siempre se ve compensado, y como una
simple botella de agua es tan importante, en situaciones nunca pensadas, pues
se da por realizada una realidad que no tiene porque ser eterna, como el acceso
a la alimentación, al aire y como no, al agua.
Comparten un trago cada uno,
mientras se coloca la otra botella, no hay que desperdiciar nada y menos cuando
falta.
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