Juan
entro en la sala de espera del hospital. Observa las caras grises o
de circunstancia de los alojados, según va pasando los minutos se va
llenando, como no, de personas mayores, en sillas de ruedas.
Todo
el mundo busca el remedio eficaz en el menor tiempo posible, esa es
la proclama, pero los cambios de turno y la prioridad son las pautas
que ralentizan un proceso. Curiosamente este es sitio donde se
empieza dar nombre a lo que eres, un paciente. Esto no es bien
acogido porque nadie se siente perjudicado, es como cuando tenemos un
percance en el vehículo y lo llevamos al taller, esperando que lo
hagan, la reparación, lo mas pronto posible.
Empieza
a llegar mas gente de diversidad, tan grande como personas entran en
ella. La madre con el hijo que quiere prioridad a cualquier precio y
comienza un lamento que sube de intensidad cuando el hijo, coloca la
pierna en la silla de ruedas. Como si hubiera pisado un juanete el
lamento se fusiona con grito. El hijo no sabe donde meterse tras el
escándalo que provoca su progenitora. La situación se resuelve con
una enfermera cita su nombre y les comunica que les estaba buscando
en otra sala que es donde debían estar.
Un
respiro general ante la ausencia del lamento de mujer. Pero no se
termina porque ahora los gritos se oyen de la cabina de exploración.
Un
minusvalido comenta a todo el que le preste oídos que ha tenido un
accidente en el trabajo y que su medico de cabecera no le cree. Por
fin al ver un celador le pregunta si le pueden traer algo de comer,
pues desde ayer no lo hace. Pide un teléfono para llamar a su madre,
cosa que consigue en otra enfermera. La historia sigue.
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