Una
vez un hombre que le gustaba mucho soñar. Tenía la suerte de
poderlo hacer, la mayoría del tiempo se aislaba y dejaba su
imaginación a funcionar, luego lo escribía, para evitar que su
memoria le jugara tristes pasadas, dejando en el olvido.
Hasta
tal punto se iba separando de su mundo cercano, que sus allegados se
preocuparon por ver si estaba dominado por una enfermedad. Pero no
tenían ninguna posibilidad, pues el no solicitaba ayuda. Había
elegido su vida como los anacoretas lo hacían en el pasado. Apenas
se alimentaba, pues no reponía la comida consumida.
Realmente
la preocupación viene de los demás.
Cortaron
la linea telefónica, pues necesitaba, estar aislado. La presión de
sus familiares que vieron su deterioro físico fue grande . Lo que
hizo que tomara un taxi y concertara que le llevara a un pueblo donde
sabía que había una cueva con un manantial cercano. Recogió la
ropa que pudo necesitar y tras pactar el recorrido. Emprendió el
viaje. Nadie sabría donde estaba, ya no recibiría mas presiones. No
sabía cuanto tiempo estaría, solo su cuaderno llevaría el control
de su día a día.
Tras llegar al pueblo solo tenía que ascender por un camino de tierra que
le llevaría a su hogar. Adecuo un poco la zona y puso su saco de
dormir, unas velas le darían la luz que pudiera necesitar.
Los
días transcurrieron lluviosos y tras un sol lleno de energía se
aproximo un hombre mayor que pastoreaba con sus cabras y ovejas. Que
se extraño de encontrar a nadie allí, emprendió una conversación
y tras hablar durante unas horas le prometió subirle pan, fruta y un
queso de los que el elaboraba.
Rompió
su ayuno y disfruto de los alimentos que compartió con él.
Las
visitas se convirtieron en rutina, enriquecedora.
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