viernes, 13 de julio de 2018

OJOS VIDRIOSOS



Teresa montó en el metro, se sienta en un asiento junto a la barra de la puerta de entrada.
Su mirada queda fija, apenas parpadea, la diferencia con el resto de viajeros es que ella no miraba el periódico gratuito entregado a la entrada, ni el móvil para revisar los últimos mensajes, ni leer ese libro que se hace eterno, tanto en papel o en tinta electrónica. Su ojos estaban fijos en un lugar que no parece estar en este territorio, sus ojos vidriosos retenían una emoción. Su mano se acercaba hacía su cara, pero no demasiado tiempo para no dar al interruptor de las lagrimas. Rascó un poco la mejilla y desapareció del plano. Una insistencia hubiera provocado la reacción física del llanto. No quería que apareciera en ese lugar. Nadie se preocupaba por nadie, todos tenían bastante en su mundo interior o exterior en colaboración con la telefonía móvil.
Teresa no veía pero sabía como pasaban las diferentes paradas hasta llegar a la suya. Como un resorte se levantó, para acompañar el camino de los otros pasajeros, escaleras arriba. Según andaba, hacía fuertes respiraciones para conseguir el control, del que tenía perdido. La vista hacía el tacón de la persona que le precedía. Pero no pudo más, abrió con urgencia su bolso en busca del paquete de pañuelos de papel, sonó su nariz pero el destino fue limpiar las incipientes lagrimas. No había podido aguantar más la contención y tras sorber las mucosidades de su nariz. Lanzó sus lagrimas. De nuevo teatralizo sus moqueos para ocultar la situación interior. La oficina estaba próxima y no quería manifestar nada de ella. Subió las escaleras ignorando el ascensor, saludo con la cabeza baja, fichó y fue directa al servicio para limpiar huellas delatoras. El agua se unió a las lagrimas.

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