Teresa
montó en el metro, se sienta en un asiento junto a la barra de la
puerta de entrada.
Su
mirada queda fija, apenas parpadea, la diferencia con el resto de
viajeros es que ella no miraba el periódico gratuito entregado a la
entrada, ni el móvil para revisar los últimos mensajes, ni leer ese
libro que se hace eterno, tanto en papel o en tinta electrónica. Su
ojos estaban fijos en un lugar que no parece estar en este
territorio, sus ojos vidriosos retenían una emoción. Su mano se
acercaba hacía su cara, pero no demasiado tiempo para no dar al
interruptor de las lagrimas. Rascó un poco la mejilla y desapareció
del plano. Una insistencia hubiera provocado la reacción física del
llanto. No quería que apareciera en ese lugar. Nadie se preocupaba
por nadie, todos tenían bastante en su mundo interior o exterior en
colaboración con la telefonía móvil.
Teresa
no veía pero sabía como pasaban las diferentes paradas hasta llegar
a la suya. Como un resorte se levantó, para acompañar el camino de
los otros pasajeros, escaleras arriba. Según andaba, hacía fuertes
respiraciones para conseguir el control, del que tenía perdido. La
vista hacía el tacón de la persona que le precedía. Pero no pudo
más, abrió con urgencia su bolso en busca del paquete de pañuelos
de papel, sonó su nariz pero el destino fue limpiar las incipientes
lagrimas. No había podido aguantar más la contención y tras sorber
las mucosidades de su nariz. Lanzó sus lagrimas. De nuevo teatralizo
sus moqueos para ocultar la situación interior. La oficina estaba
próxima y no quería manifestar nada de ella. Subió las escaleras
ignorando el ascensor, saludo con la cabeza baja, fichó y fue
directa al servicio para limpiar huellas delatoras. El agua se unió
a las lagrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
gracias por participar en este blog.