Juan
subía la cuesta como podía, la rodilla inflamada derecha hacía que
cualquier movimiento relacionado con la locomoción fuera un
suplicio. Su cara se encargaba de reflejar su realidad, incluso
alguna palabra de esfuerzo salía de su boca. Por ello trataba de
evitar las salidas a la calle. Poco amigo de pedir favores, pero con
el agravante que vivía en una calle en cuesta, cada día a la ida o
la vuelta tenía que realizar la tarea de ascensión. Menos mal que
su casa era un primero, eso si, sin ascensor.
Ha
considerado muchas veces el cambiar de casa, pero era donde había
llegado con su poder adquisitivo. Su mujer le había abandonado tras
el accidente de coche que tuvo donde falleció. El desanimo de este
último año le llevo a ir a una inmobiliaria ubicada en la parte
superior de la calle, en busca de una permuta o compra de algo
pequeño en el mismo barrio. La rodilla iba cogiendo una edad en la
que el deterioro era manifiesto.
Acabado
su espacio laboral, presentía que no podría seguir el ritmo
llevado.
Muy
amables se interesaron por su petición mientras veían una
recompensa doble vender un piso y facilitar la compra de otro. Todo
fueron elogios, ahondar en la perdida de su mujer y lamentarse por su
enfermedad.
Valoraron
su piso y ofrecieron lo que tenían en su catalogo. Apareció en sus
datos un piso de treinta metros, bajo pero con reforma. Como su piso
era el doble sin tener que hacer poca reforma le podría compensar,
la zona era cercana. Le mostraron una y otra vez las ventajas, pero
no las comisiones relacionadas con su gestión.
Según
regresaba a casa echaba la culpa a su rodilla inflamada como
responsable de la situación en la que se encontraba. “Maldita
articulación”.
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