Siempre
que sacaba su perro a pasear y hacer sus necesidades, tenía que
atarle, sus ganas de correr y hacer otras cosas que para él están
vedadas. Juan le gusta ver a su perro correr pero siempre resulta la
misma situación dando gritos porque no obedece sus ordenes. Esa
situación le lleva a una frustración ocupada durante dos veces al
día. El can permanece solo muchas horas, sus largas patas exigen
movimiento y la casa es pequeña solo tiene abierta la cocina para
que pueda beber del recipiente metálico.
Adopto
a su perro hacía tres años, le aportó compañía y daban grandes
paseos, pero se convirtió en una obligación y la cosa cambio, le
empezó a sentir como una molestia. El animal sentía los cambios en
su amo y desarrollo una inquietud que solo satisfacía en correr, en
un modo de escape.
La
vida de Juan también había cambiado, sus preferencias eran
diferentes a las de tres años, pero su carácter se transformo en
más huraño, ya no disfrutaba del encuentro con otros dueños, donde
se comentaban todo lo relacionado al mundo perruno. Le aburrían esas
conversaciones, echaba cuentas de los años que le quedaban atado a
la vida de ese ser, Lord como le llamaba. En una de las salidas de
necesidad biológica, se escapo y corriendo paso una calle a la vez
que un autobús. El resultado fue un golpe que no pudo resistir. Tras
increparse con el conductor y al revés, por no llevarle atado.
La
rabia y la pesadumbre salieron de un Juan preso de su destino. Los
días siguieron de liberación y frustración de la perdida de ese
ser al que había aportado muchas cosas tanto un nivel positivo como
negativo. Trato de borrar las huellas de su existencia, tirando todo
rastro a la basura.
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