La
mañana se abre con un sol que baña de luz. Es como una ducha que
trae hidratación y despega de las adherencias mentales, recogidas en
los espacios oníricos.
Juan
termina de levantar la persiana, estaba abierta a la mitad.
Estira
su cuerpo como si de un gato se tratase y va al cuarto de baño.
Hoy
entra en su trabajo una hora más tarde lo que le ha dado espacio
para quedarse, un poco más, en su cama.
El
agua despeja las legañas adheridas a sus pestañas y el posterior
sonido de su maquina de afeitar le retornan al presente.
Elabora
su desayuno, tranquilamente y comienza su digestión, con bocados
cortos. Quiere disfrutar de este margen, circunstancial.
El
metro se encuentra mas lleno de lo normal por la avería de otro tren.
Al
salir no se dirige mecánicamente rápido hacía el trabajo. Lleva
pasos cortos sin prisa, buscando con la vista espacios en los que no
se detenía. Descubrir los edificios que acompañan en su camino
normal. Mientras algún coche hace sonar el claxon para mostrar su disconformidad ante el lento movimiento del coche que le precede.
La
mirada pronto deja el incidente para ver el árbol que muestra sus
ramos de flores, ignorados, por todos los paseantes.
Huele
el perfume, aplicado en exceso de la chica, joven profundamente
maquillada.
Como
una fina lluvia siente el agua desprendida del riego de las macetas
del séptimo piso.
Es
consciente de todos los matices existentes en el camino, realizado
todos los días, y hoy es totalmente diferente. Intenta descubrir la
causa, ¿solo ha sido, que ha tenido, una hora de entrada diferente a
la de otros días?
O
haber decidido sentir su día a día lleno de matices, que siempre
han estado, pero que se han olvidado, por su inercia mental.
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