Junto
a la charca una nube de mosquitos y el croar de las ranas. El sol va
camino de ocultarse tras las montañas. Un caballo, sumamente
delgado, pace en la hierba.
Con
este panorama llega Juan con su mochila y sus ganas de dejar de
caminar, si se sienta su cuerpo aumentara de tamaño y si sigue le
llegara la pereza del “ya está bien”. El lomo del burro parece
una colonia de parásitos. El cansancio no impidió salir para rodear
la colina.
Los
pies dejaron de dar las zancadas del inicio del camino, el bastón
daba más acogidas a los pasos y un árbol a cien metros fue motivo
de nuevas fuerzas, siempre olvidadas.
Por
fin la sombra le dio reposo y consulta al mapa para conocer los
kilómetros que le faltaban, aunque la espalda adosada al tronco le
daba el suficiente descanso que necesitaba, para llegar a su destino.
Juan
emprendió este camino con la idea de alejarse de sus problemas, pero
no lo consiguió pues aunó el desconocimiento del terreno y el calor
ambiental.
Seguramente
quedarían una media hora de camino. Luego cenar y descansar en una
mullida cama. Había reservado por Internet.
Elevo
su maltrecho cuerpo con una cabeza demasiado llena y unas piernas
faltas de entrenamiento. Llegó exhausto, pregunto por el lugar
concertado y la sorpresa llegó. Estaba cerrado pregunto a la gente
que encontró pero nadie, decía donde podían estar los dueños.
Contó su problema pero nadie le daba soluciones, no había otro
lugar en el pueblo, a penas cincuenta casas y muchas abandonadas o
caídas. Dejó la mochila y dio una vuelta para ver donde podría
dormir y llenar las tripas de alimento. El dueño vivía en otro
pueblo y nadie tenía su teléfono ¿como se le había ocurrido
venir? Única pregunta surgida.
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