Metido
en el coche, padecía el atasco de todas las mañanas. A pesar del
mismo lograba llegar antes que en en transporte público. Juan no
dejaba de sorprenderse de estar encerrado entre coches sin poder
circular normalmente.
Le
daba tiempo para sintonizar la emisora de radio que le distraía o
mirar a través de las ventanillas, de sus vecinos casuales, o pensar
en la conversación que tuvo con unos amigos el día anterior.
Mientras dejaba de entender porque el conductor de adelante era tan
torpe para ponerse en marcha.
Conseguía
llegar con suficiente tiempo para iniciar su jornada laboral, pero
otras veces no conseguía llegar tan tranquilo, sino lleno de
pensamientos destructivos. Con lo que iniciaba su trabajo muy
cansado, parecía haber obviado el descanso nocturno.
Juan
cuando estaba en su urna particular, que le transportaba de un lugar
a otro, se sentía cómodo, descansado. Pero no era verdad, era
fuente de irritación y no encontraba el equilibrio, aunque intento
varias técnicas para lograrlo, pero su resultado no llegaba al
final, cualquier vehículo era signo de irritación. Parecía una
lucha que le diferenciaba de la ineptitud de los demás, aunque
olvidara, a menudo, poner el intermitente que indicara su siguiente
giro, por ejemplo.
Cada
vez dormía peor, su carácter cambia con frecuencia, menos mal que
en su puesto de trabajo no depende de otros, sino que tiene que
presentar los informes y las conclusiones al otro departamento. Pero
cada vez parecía ser un bicho raro.
El
coche tuvo que ir al taller y tuvo que coger los medios públicos, el
tramo era más largo pero comprobó que llegaba más relajado, tenía
tiempo hasta de leer.
Miraba
a la ventanilla pero sin irritación. La semana paso de ser una más
a otra forma de sentir.
Juan
logro sonreír ante unos niños.
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