Juan
va descubriendo el odio, según va hablando con sus amigos y
conocidos. Su infancia no fue fácil. Pero no se desarrollo ese
sentimiento, quedo larvado. Pero esa larva parece haber despertado.
Parece que todo el mundo habla de lo mismo y esa oruga comienza a
tomar cuerpo y a desarrollarse por las vías neuronales. Vive con su
madre y su hermano pequeño. Ha entrado en el mercado laboral en un
trabajo que ni le gusta ni le permite independizarse, pero es lo que
hay.
Sin
darse cuenta alcanza una realidad social, donde hay muchas cosas que
le molestan y que tiene que hacer algo para cambiar ese mundo. Las
conversaciones giran en encontrar todas las causas de lo que esta
mal. Sin darse cuenta encuentran cientos y ese caldo de cultivo les
lleva a convertirse en salvadores. Tras tomar un poco más de alcohol
del normal salen del bar donde suelen reunirse.
Según
caminan de su centro de encuentro ven coches aparcados en doble fila
y al lado hay un parque. Junto a un gran árbol unos cartones simulan
un hogar.
Juan
empieza a despotricar de la gente vagabunda, por ser unos parásitos,
solo viven de los demás. Juan se aproxima y comienza a dar patadas a
los cartones hasta encontrar el cuerpo boca abajo del habitante.
Sigue propinando patadas, no quiere mancharse las manos, mientras los
compañeros observan, con el valor que no han tenido ellos, como
resuelve el encontronazo. Con dolor el cuerpo se retuerce, se gira a
cada impacto, hasta que gira su cabeza, nuevos golpes hacía ella.
Un grito de dejalo ya que lo matas. Mientras los ojos encendidos de
Juan descubren la cara de su padre, alcohólico que les abandono hace
cinco años. Los amigos comienzan a correr, Juan les sigue, no dice
nada.
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