domingo, 13 de diciembre de 2020

SEIS VACAS

 

 

Me acuerdo perfectamente las palabras de un primo lejano. Estando enseñando la habitación donde tenía las vacas. “Estas solo ven el sol cuando llegan y lo vuelven a ver cuando salen hacía el matadero”. La sala está en un edificio anejo a la casa de la vivienda familiar, construida en adobe y con una planta superior donde se aloja la paja, una puerta trampilla facilitaba la caída de la misma. Unos sacos de cereal y un botiquín donde están los antibióticos para las infecciones, entre otros.

Delante de ellas la pila para depositar la comida y las argollas con sus cadenas para que cada res esté en su sitio. La sala me recordó a una cárcel, como tantas veces hemos visto en las películas. Las palabras de mi pariente fueron suficientes para descargar una catarata de sentimientos, reflejados en una “pena” de ver el presente de estos animales. Una pequeña ventana con maderas que permite la entrada de aire pero a penas luz, y el portón de entrada, casi siempre cerrado. Nada más entrar una llave de cerámica da el paso a la iluminación, de tres bombillas mortecinas, solo encendidas cuando se las va ordeñar. Un poco de claridad a través de la puerta los días de verano. Antiguamente se las sacaba a abrevar en la fuente con su pila adaptada a ellas, esa costumbre se prohibió por los excrementos que dejaban en el asfalto. No querían que el pueblo mostrara sus suciedades y menos ser foco de insalubridad.

Me despedí con un regusto amargo de la explotación animal. Fui al bar y pedí un café, cuando se me dio a elegir con leche o solo. La imagen se me vino encima, la respuesta fue: “solo”.

Mis pensamientos se amontonaron, salí con malestar del cuerpo. Desde entonces supe que hacer.

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