La
noticia corre como la pólvora, un meteorito del tamaño de un campo
de fútbol, caerá en un lugar indeterminado del país, mañana.
El
pánico se apodera de las personas, que no saben que hacer, donde ir,
donde esconderse.
Los
acaudalados irán a sus refugios anti nucleares, pero el resto, ¿qué?
La
hora será a las doce de la mañana.
Las
luxaciones de cuello estarán a la orden del día de tanto mirar
hacía arriba, algunos lo empezaran a hacer desde ya, buscando esa
enorme bola de fuego.
Según
pasan las horas la incertidumbre es mayor. La noche se hace corta o
larga, dependiendo de los actores.
La
afluencia a las bocas de metro empieza a las ocho de la mañana,
todos quieren estar protegidos con ese paraguas, valido en tiempos
pasados.
El
día es soleado, invita a salir y buscar los primeros o últimos
rayos de sol.
Martín
lo tiene claro ira al banco donde suele ir todos los días y mirara
el cielo en vez de las ramas del platanero. Curiosamente observa a la
gente correr, todos esperan la llegada del medio día, similar al de
las campanadas de año nuevo. Los niños no han acudido al colegio,
la ciudad se ha congelado, sin a penas actividad, sabiendo que a
partir de las doce todo volverá su ser.
Martín
lleva desde las diez sentado, siendo espectador de lo que le rodea.
Una pequeña brisa mueve las hojas pero apenas hay trafico.
Una
iglesia cercana comienza a tañer, una, dos, las miradas fijas en el
cielo, tres, cuatro, abrazos entre familiares, cinco, seis, lagrimas
en ojos vidriosos, siete, ocho las respiraciones se hacen más
frecuentes, nueve, diez, once y doce.
Un
polvo fino cae por todos los lados, es la arena en polvo del desierto
de Sahara. Todo pasó.
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