La
tarde comenzó a caer. En la cama del hospital, el cuerpo encogido de
María, de piel retraída, músculos sin tersura, la visita espaciada
de personal sanitario de rutina. Tensión, temperatura y unas pocas
palabras para lograr un contacto de comunicación diferente al de sus
familiares.
Los
ojos siempre abiertos, teme cerrarlos y no ser capaz de una nueva
apertura visual.
La
hora de la cena llega, una bandeja con comida muy liquida, para no
molestar su aparato digestivo.
Incorporan
la articulada cama en posición más vertical. Su hija coloca la
servilleta alrededor del cuello.
Los
ojos vidriosos han dejado de ver y quedan fijos.
Las
visitas van desapareciendo y es el momento de enfrentarse a la
realidad de la enfermedad.
La
bandeja recoge el plato de puré medio lleno y una servilleta con
restos de verdura. No quiere nada más, sin hacer caso de tomar un
poco más, de las indicaciones de la hija. Saca la bandeja al pasillo
y aprovecha para ir al servicio y estirar las piernas.
En
el pasillo se encuentra más bandejas, casi llenas, nadie tiene ganas
de comer. En las ventanas las luces encendidas y el trasiego de
coches.
Aprovecha
para hacer llamadas de información a sus parientes y se entretiene
en repetir la historia una y otra vez. La vuelta a la habitación
encuentra a María tosiendo, lo ingerido se haya impregnado en las
sabanas y manta marrón. Corriendo va a incorporar el menudo cuerpo,
los vidriosos ojos muestran el dolor. Llama al botón de la
enfermera, rauda aparece, los nervios de su hija y un pequeño relato
del encuentro con su madre describe la situación encontrada
Con
las mismas sabanas tratan de quitar el vomito de su piel y llaman a
las auxiliares para cambiar la cama.
María
cambia a ser piedra.
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