Sentada en su asiento del avión,
solo lleva en las manos una guía sobre la ciudad que va a visitar. El bolso lo
coloco en los compartimentos de la parte superior.
Se aferra a ella como si fuera su
pasaporte. Intentando no perderse y encontrar todo lo que debe saber sobre su
destino. Como si tuviera el oráculo de lo que puede encontrar.
Esta lleno de fotos, pequeños
mapas y consideraciones sobre que cosas comprar, comer y donde dormir. Seguramente
comprada el día anterior, a penas la ha ojeado y pensó que en el trayecto podría
encontrar todos esos secretos. Quizás los nervios o otra cosa apenas logra
estar unos instantes sobre cada pagina y comienza el abaniqueo de hojas como
queriendo asimilar lo que allí se encuentra. Pero, de momento eso es imposible.
Sus ojos se fijan en la visión que
aparece en la ventanilla del pasajero de su lado, que tampoco consigue seguir
la lectura de su libro electrónico pues un sopor le ahonda en el mundo onírico
y cabecea junto a su respaldo.
Vuelve a coger una y otra vez el
libro pero sigue sin centrarse en su lectura, lo vuelve a acomodar sobre sus
piernas. Con una sensación de haberse traicionado pues no ha seguido los
patrones, por ella, marcados. Como era entender la ciudad, extraña, para
poderse desenvolver sin miedo y viendo todo lo que es referente dentro de ella.
El viaje termina a su fin, los
altavoces anuncian la llegada al aeropuerto. Tras aterrizar, todos quieren
salir a la vez. Ganas por entrar de los primeros y ganas de salir en la misma
posición. Siempre la velocidad, pues la vida es muy corta y hay que vivirla
intensamente.
Recoge sus pertenencias y guarda
su manual dentro del bolso, espera la cola de salida y …
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