lunes, 28 de agosto de 2017

LA ESTACIÓN MARRÓN







Por fin, caen las gotas de agua deseadas, tras un verano tórrido y seco. Los comentarios siempre son los mismos, si cae agua porque se precipita, sino es motivo de suplica, incluso se plantea sacar al santo de turno para que lleguen sus prerrogativas al ser superior.
El agua trata de arrastrar el polvo y las basuras acumuladas, para al final de la bajada hacer una pequeña barrera que evita recoger el agua vertida en las calles. El ronroneo de los relámpagos se convierte en una novedad, casi olvidada y las carreras por no mojarse también son reflejo del estilo atlético que cada persona muestra en su forma de acelerarse. Los calores se aplacan aunque sean de momento pero ya es preludio de la nueva estación, recogedora de tonos marrones y amarillos, pendiente de llegar.
Estación anunciadora de depresiones, de introspección, de volver la mirada hacía uno mismo, dejando de lado la vista hacía lo y los demás.
Acumulando cosas en el armario es necesario volver a dar un repaso a todo lo recogido. En función del futuro.
La razón de la vida aparece como una cosa extraordinaria, que realmente lo es, pero mostrada como una cosa anecdótica.
Mientras las gotas corren por la cara como si de una ducha se tratase.
El suelo tardara poco en evaporar los charcos, como si una sed voraz existiera en la tierra. Las plantas se afanaran en recoger la mayor parte de gotas y la espera de un nuevo aluvión de las mismas, para calmar esa garganta que se había transformado en un estropajo, donde difícilmente surgen las palabras y se produce una normal deglución de alimentos.
Esperando la llegada de los nuevos brotes verdes y la floración generalizada de plantas y árboles.
Como esperando la fuerza del sol en  días de invierno.

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