Se reúnen en un banco de un
parque. Con un mismo ritual, sentados sobre el respaldo y los pies sobre el
asiento. Una botella de cerveza que comparten entre los cinco. A veces hay
dinero para dos. Comienzan a hablar sobre cualquier tema hasta el sonido de los
aparatos móviles indicándoles un mensaje. Entonces pierden la atención sobre el
grupo y dirigen su vista hacía la pantalla del teléfono.
Llega un momento en que pierden
la unidad y todos están sobre los mensajes, la mayoría de reenvió recibidos. Incluso
ellos, mismos, lo hacen a su propio grupo con lo cual no se hablan pero están
en línea todos. Los comentarios es sobre lo recibido y hasta se echan unas
risas.
Se apura el contenido de la
cerveza. Ya existen dos cosas que se comparten: mensajes y bebida. Hasta el
espacio común, también. Pero poco más.
Alguno habla sobre conocidos
comunes pero la conversación se vuelve a interrumpir por nuevo sonido bip.
El tiempo pasa deprisa y por
acuerdo tácito destruyen la reunión a una hora acordada. Vuelven a casa
revisando mensajes y la palabra adiós, expresada de mil formas.
La botella queda sin recoger
junto al banco. Otro ya se encargara de recogerla, normalmente es un abuelito
que como duerme poco, saca a pasear a su amigo el pequeño perro, solo de
tamaño, no de edad. Y lleva la botella hasta la papelera cercana. Siempre
refunfuñando pero lo hace como si fuera un encargo del vació parque. Nadie se
lo ha encargado pero es un compromiso moral que tiene consigo mismo. Espera,
una noche, descubrir quien son los autores para recriminarlos, pero la noche se
hizo para estar en casa por ello olvida ese compromiso y seguirá recogiendo una
o dos botellas de cristal, para meterlas dentro de la papelera.