Juan
llevaba un maletín de plástico transparente, el asa es de cuerda,
como el recipiente de un edredón pero más pequeño.
Lo
recogió al lado de los contenedores de basura, le hizo gracia y lo
tomó. Cuando todo el mundo lleva las cosas ocultas el decide ser
transparente. Por supuesto que su paseo con dicho elemento no pasa
desapercibido, solo los cantos son blancos, el resto laminas de
material derivado del petroleo pero traslucidos.
Fue
de esta guisa a la oficina, en el metro las miradas iban hacía el
objeto, al llegar a recepción le dieron unos papeles que instalo en
su interior. Quedaba ridículo pero es la decisión que tenía.
Mientras
otros sacaban sus ordenadores portátiles de sus carteras, él saco
los cuatro papeles y encendió el de sobremesa.
Juan
sentía una alegría en la innovación de su idea. Podría llevar el
bocadillo con su pieza de fruta junto a los papeles, a la vista de
todos. No por el placer exhibicionista, sino por el nada que ocultar.
Como las personas todos tienen algo que ocultar a los ojos de los
otros. Juan era uno más pero quería romper una lanza por ese otro
grupo que no quiere ser igual que el resto.
Al
día siguiente lleno su maletín, no se olvido de meter su bolígrafo
favorito. Ahora llamaba mas la atención, competía con la ropa de
las chicas jóvenes que muestran sin enseñar, parecía que traía
una bolsa del supermercado, pero con presentación más trabajada.
Los comentarios se podían oír. Pero Juan se sentía orgulloso del
transportador que tomó de la basura. Bastara que una persona elija
una diferencia para que otros diseñaran un maletín parecido con el
logotipo de la empresa de turno.
En
poco tiempo aparecieron más modelos similares pero con letras
grabadas en colores llamativos.
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