Juan
se dejaba ir. En la cola de la compra espera paciente, la señora de
a tras decide que tiene mucha prisa y pide antes que sea su turno. Su
voz quebrada no emite sonido, una vez despachada la dice que él iba
antes. La justificación de llevo mucha prisa es la respuesta. Justo
cuando sale del mercado, la ve hablando con otra mujer, seguro que la
prisa se ha diluido. Al pasar junto a ella la mira insistente como
queriendo afear su conducta, pero no es recibida.
Tuvo
una hija sin ser niñero pero que bastaba de compañía a su madre.
Los continuos destinos, en ciudades dispares, mostraban sus
soledades.
Tanto
cambio les llevo a la separación, mientras él ocupaba una plaza
diferente. Había acostumbrado su vida a nuevos inicios y esta vez lo
tuvo que hacer solo.
La
crisis económica llevó a una jubilación anticipada. Con el dinero
guardado, adquirió una vivienda cerca de su barrio de siempre. Del
que volvía cuando podía para ver a sus amigos de siempre.
Su
vida rectilínea sufrió muchas quebradas, pero afrontaba con una
cara de impasible. Su delgadez la siguió conservando a pesar de los
años. Tantos como una sonrisa que no duraba más de cinco segundos
en su afilada cara.
Ayer
salió a correr, una de sus válvulas de escape. En una cuesta el
corazón dejaba de adaptarse al esfuerzo, un bloqueo llevo al
desmayo. El cuerpo de Juan quedó desmadejado como una marioneta sin
la firmeza de sus hilos. El alcohol que corría por sus venas había
sustituido a la sangre y las células dejaron sus funciones. Los
destellos amarillos no lograron devolver la función de Juan y la
mueca impasible fue cediendo terreno en su cara. El pecho ya no se
contraía. Sus manos se aferraban a nada.
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