lunes, 18 de febrero de 2019

EL ROSTRO DE JUAN




Juan se dejaba ir. En la cola de la compra espera paciente, la señora de a tras decide que tiene mucha prisa y pide antes que sea su turno. Su voz quebrada no emite sonido, una vez despachada la dice que él iba antes. La justificación de llevo mucha prisa es la respuesta. Justo cuando sale del mercado, la ve hablando con otra mujer, seguro que la prisa se ha diluido. Al pasar junto a ella la mira insistente como queriendo afear su conducta, pero no es recibida.
Tuvo una hija sin ser niñero pero que bastaba de compañía a su madre. Los continuos destinos, en ciudades dispares, mostraban sus soledades.
Tanto cambio les llevo a la separación, mientras él ocupaba una plaza diferente. Había acostumbrado su vida a nuevos inicios y esta vez lo tuvo que hacer solo.
La crisis económica llevó a una jubilación anticipada. Con el dinero guardado, adquirió una vivienda cerca de su barrio de siempre. Del que volvía cuando podía para ver a sus amigos de siempre.
Su vida rectilínea sufrió muchas quebradas, pero afrontaba con una cara de impasible. Su delgadez la siguió conservando a pesar de los años. Tantos como una sonrisa que no duraba más de cinco segundos en su afilada cara.
Ayer salió a correr, una de sus válvulas de escape. En una cuesta el corazón dejaba de adaptarse al esfuerzo, un bloqueo llevo al desmayo. El cuerpo de Juan quedó desmadejado como una marioneta sin la firmeza de sus hilos. El alcohol que corría por sus venas había sustituido a la sangre y las células dejaron sus funciones. Los destellos amarillos no lograron devolver la función de Juan y la mueca impasible fue cediendo terreno en su cara. El pecho ya no se contraía. Sus manos se aferraban a nada.

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