Juan
vive en una silla de ruedas, los espacios están limitados a su piso
de planta baja, con un pequeño patio donde accede a tomar el sol.
Hacía arriba, cinco plantas y los tendederos de diez viviendas.
Utilizado para airear las habitaciones.
Juan
odia recibir que caen de los cepillos de barrer o algún papel
distraído en él espacio vecinal.. Su vivienda no conecta con otro
piso bajo. Goza de la ayuna remunerada de la vecina del primero.
Juan
siente el patio como una parte más de su vivienda. Siente a los
vecinos como intrusos, las ventanas abiertas transforman su espacio,
los olores de las cocinas se mezclan en el patio y cambian su
identidad.
Ha
usado los gritos para denunciar algún comportamiento de sus vecinos.
Lo que le ha llevado a la dominación de “cascarrabias”,
amargado.
En
buena medida tiene la dependencia de quien le cuida, aunque las
compras las hace a un supermercado por teléfono.
Sus
salidas son escasas, se ve recluido las veinticuatro horas. Tiene el
sentimiento de ser un león encerrado.
Ayer
su carácter se marco más al caerle, mientras tomaba el sol, una
pelusa sobre el libro que leía. Intuyo que era la vecina del
segundo. Y dio una voz de “guarra”, con la posterior respuesta en
el mismo tono de “amargado”. La caja de resonancia del patio fue
como un altavoz amplificando los gritos, abriendo ventanas para ver
la función.
Juan
gritó nuevos insultos. La vecina del segundo izquierda entro en su
casa para llenar una jarra de agua y lanzar al portavoz, quedando
empapado.
Juan
quedó confundido y tras un rato de incertidumbre dijo que llamaría
a la policía. Los palcos fueron cerrando. Sabían que el disminuido
contaría con toda la protección, pero nadie quería implicar en un
asunto que coleaba hacía tiempo.
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