Algo le decía que no era un lugar seguro, pero Juan siguió para adelante. La tarde estaba cayendo, cada vez deambulaban menos personas, si acaso algún ladrido de un perro y un destello de luces azules atravesando la calle. Juan seguía preguntándose qué hacía allí pero su profesión de periodista le indicaba que estaba en el mejor lugar, hablar con alguien que viviera en la calle para hacerle una entrevista y poder vender el reportaje a una agencia. No pasaron muchos metros y un ser descuidado sentado en un portal, con una bolsa de rafia.
Juan se presenta y le pregunta por su disponibilidad para contestar unas preguntas sobre gente que vive en la calle. Un olor nauseabundo le llega cuando comienza a hablar. Me darás algo si te contesto. Un billete de 20 euros desaparece de las manos.
Cuanto tiempo llevas viviendo en la calle, casi dos años, aunque he perdido la noción del tiempo. Perdí el trabajo y las ganas de buscar otro.
Donde sueles dormir, es la siguiente pregunta, la boca se abre sin respuesta y faltan un montón de piezas dentarias. La verdad es que no me apetece hablar de mi vida. Juan arquea sus cejas y protesta por el trato que había llegado. Unas manos rebuscan en los bolsillos, saca una navaja. Para ponerla en su cuello. Creo que tú eres un privilegiado con dinero, así que ya me estás dando tu cartera. Su movimiento hacía atrás le sigue el del brazo amenazador. Juan balbucea, pero saca su cartera, no hace falta la entrega, con una velocidad grande cambia de mano. Extrae el dinero que hay, lo tira a la cara. Así que ya te estas yendo de aquí, que no nos hace falta salvavidas. Recoge la cartera, nos volveremos a ver, dice Juan. Risas.
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