lunes, 23 de noviembre de 2020

PASEANTE

 

 

Un paso tras otro, Juan es un andarín. A penas coge el transporte público.

Los dedos se adaptan a todo el calzado desgastado con premura, los pies notan la rozadura donde la piel se ha debilitado. Los fines de semana se olvida de la ciudad residente para cambiar de suelo.

Hoy la lluvia ha hecho acto de presencia, invita a quedar en casa, la pereza no es una constante en Juan. Toma su chubasquero y recoge el billete del tren de cercanías, su inseparable bastón articulado ha sido testigo de muchos ratos.

La estación llega en pocos minutos, pocos pasajeros ante la intensa caída de agua. Una cuesta de tierra precede al impracticable camino. Un primer resbalón hace que tome el apoyo metálico.

Las nubes se meten en día cerrado y la visibilidad escasa, cierra la idea de paseo, pero no en la mente de Juan.

Nuevo sendero en rampa, las piedras son un peligro la sujeción escasa, Juan cae una y otra vez su ropa impregnada es un peso adicional. Al fin una pequeña carretera donde el firme se hace solido, traspasada por ríos de mayos o menor fuerza. La visibilidad negruzca crea un paisaje de anochecer. Su cabeza se mueve deprisa. Tal vez deba volver, la duda surge en un Juan seguro.

El ruido de la lluvia tapa los oídos. Si continua el asfalto le llegara a un pueblo donde tomar un autobús de vuelta. La meta no se ha cumplido pero un paseante debe saber perderse y renunciar.

Dos faros se acercan por la parte trasera por supuesto sin sonido, el agua tiende a apagar la sed en pocas horas. Un quiebro del coche por un arroyo encuentra un cuerpo en su capo. Las emergencias tardan en llegar al cuerpo desmembrado, con canales de sangre aumentados continuamente.

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