Los
acordes de una guitarra abrieron la sesión de un ordenador. El
trabajo se acumulaba en la mesa de Juan. Siempre es mejor abrir con
un poco de música, así piensa.
Ahora
tocaba priorizar por lo más importante. Cuando no se tiene cual es
lo mismo, la rutina llevaba a lo que esta arriba.
Una
llamada le hace olvidar lo que ha comenzado, gestos de preocupación,
palabras entrecortadas, mirada fija sin ver nada.
La
conversación parece telegráfica, con instrucciones concretas. Juan
apaga la música, tratando de digerir lo que ha oído. No necesita
distracciones, su madre ha ingresado en coma en un hospital.
Juan
trata de entender que su madre es mayor y es ley de vida, pero las
dudas le surgen. ¿Mayor para dejar de vivir? Su salud siempre ha
sido buena, pero la llamada de su hermano refleja otra realidad.
Comunico
su ausencia para ir al hospital. En el metro no puede evitar que una
lagrima recorra su mejilla, mientras era contemplado por una
adolescente. Con un gesto de su mano trato de eliminar la huella pero
ella abandono la música de los auriculares y observó. En la
estación adecuada bajo mientras la mirada de la muchacha seguía sus
pasos por el anden.
Juan
subió las escaleras deprisa con intención de estar más cerca
posible de su progenitora. Preguntó en información y le dieron la
ubicación. En la puerta estaba su hermano y su mujer.
Detalló
como había ocurrido y calló. En quince minutos salió un médico
para informar del estado de la paciente, a veces, sobran las
palabras. Sus gestos delataban el desenlace.
Se
abrazaron los tres y pidieron verla. Tras la puerta estaba un
cadáver, sustituto de su madre. Rodearon la cama y tomaron unas
manos inertes, pesadas, estas, aun conservaban el calor de la vida.