Obtener
la pistola es tener la seguridad ser respetable. Cada asesino suele
volver al lugar del crimen. Juan es uno más.
Llega
a la colonia de casas bajas que linda con la montaña y mira hacía
todos los lados, da una pequeña vuelta para llegar a la
alcantarilla. Mete la mano en el agujero pero allí no ahí nada.
Mira en su entorno pero nadie es testigo. Desde la ventana testigo
una mano marca el teléfono de la policía.
Juan
inicia una carrera para salir de la ratonera, la misma que acogió a
su presa.
Un
frenazo en seco turba su huida. Identificación y entrada en el
coche. La llamada y ver una persona corriendo fue el móvil de la
detención.
Juan
nervioso piensa en que ha fallado, pero la idea es haber vuelto a la
escena del asesinato. En comisaria se derrumba y confiesa. Tras un
cristal traslucido es identificado por el testigo. Todo parece
terminado pero los tentáculos del fallecido se dirigen hacía él,
de una manera silenciosa.
Tras
el ingreso en prisión recibe el primer aviso de uno de los
recluidos: “Lo pagaras”.
Pide
protección ante las amenazas, pero ya ha vuelto a trasgredir otra de
las normas, el silencio.
Pasa
el tiempo sintiendo observado, el sueño no se recupera. Continuas
agitaciones le despiertan con frecuencia. Unas profundas ojeras y un
negar a la comida, hacen un aspecto deplorable. Sabe que caerá en
cualquier momento pero esos ojos que todo lo vean le impiden llevar
cualquier tipo de vida. Su pensamiento es unicolor y precisamente es
el negro, ocupante de su mente.
El
momento llega y se retuerce de dolor sobre el suelo indefinido. Lo
último que ve es la imagen de un ojo. Para ello cierra con fuerza
los suyos con intención de no ver nada.