Antonio tiene setenta y cuatro
años. Es una persona muy activa, duele estar poco en casa pero su vida cambió
hace tres meses, cuando en el plazo de quince días despidieron a sus dos hijos,
pues sus empresas cerraron, dejándoles sin la principal fuente de ingresos.
El carácter de Antonio se volvió
más desconfiado, huraño. Ambos tienen dos hijos y las hipotecas interminables. Sus
mujeres tienen trabajos eventuales sin ninguna seguridad.
Antonio ve como tienen que
abaratar gastos y desprenderse de sus vehículos. Él vive con su mujer, Antonia,
llevan una buena vida gracias a su pensión y a su vida austera.
Pero la preocupación ha entrado
en la vida de Antonio, todavía minimizando mejor sus gastos para poder apoyar económicamente
a sus hijos.
Una persona que se encuentra que
no tiene, lo que hace es buscar. Y eso le ha llevado a mirar en las papeleras,
con la suciedad impregnando sus ropas, el descuido en su vestir y en sus
arrugas que se hacen más profundas y secas. El color saludable de su piel,
comienza a mutar.
Resulta patético ver a un hombre
de su edad rebuscando en los depósitos de basura, en busca de nada. Pues
Antonia le ha prohibido subir cualquier cachivache a la casa.
Como el miedo se ha instalado en
sus ojos, en su forma de caminar y su manera de ser.
Intentando acercarse a una
lavadora tirada en una ladera. Antonio resbala y rueda hasta que su cabeza
encuentra el descanso de una piedra. Su vida termina en la búsqueda de algo,
nunca encontrado.
Antonia ve reducida la pensión y
comienza a asimilar la vida llevada con su marido. Comprendiendo su nueva vida
a la angustia marcada por su compañero.
El pelo se torna en un blanco más
intenso y sus estrias son surcos.