Sucedió ayer una sacudida de las
placas teutónicas, provoco un terremoto, con resultado de edificios
derrumbados, grietas a distintos niveles y la aparición del fantasma de la
muerte a gran escala.
El caos y el miedo fueron las primeras
consecuencias, pero la desgracia trajo una respuesta solidaria entre vecinos
que no se hablaban y gente puesta a disposición de ayudar. Hasta del viejo
anciano que con su bastón intentaba poner su conocimiento en ayuda del resto de
personas.
Las primeras labores fueron
acudir en rescate de las personas atrapadas entre escombros.
Se montaron las tiendas de
campaña, para acoger heridos, pero ya antes otras personas han ofrecido sus
casas para ayudar.
Los diferentes cuerpos estatales
se presentaron a realizar las tareas. Las noticias se hacen eco del suceso y
comienza el protagonismo de todos aquellos que no lo han tenido, pero es
importante aparecer para justificar su trabajo.
Con pocas horas la tierra
comienza a vibrar, como si se quisiera desperezar de sueño aletargado. Y
comienza la huida del lugar maldito. Se lanzan profecías, los agoreros tienen
acogida. En poco tiempo la noticia es llevada a todo el mundo vía Internet.
Se empieza a recibir ayuda, pero
las carreteras están colapsadas, se utilizan helicópteros. Pero todo el mundo
quiere salir de allí. Como si la peste
hubiera surgido, se abandona las casas con lo poco que se puede reunir. Los
ancianos se niegan a abandonar sus casas, piensan que es lo único que tienen y
han cumplido su ciclo biológico. Pero su resistencia cae por las medidas de
fuerza.
Escavadoras parecen un nuevo ejército
de ocupación y con las nuevas sacudidas, se pierden las esperanzas. Los edificios
ilesos se resquebrajan y como juegos de domino, van cayendo.
Las lecciones han sido muchas
esperando que sean aprendidas, pese a las inercias.
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