Se monta en el autobús mareado, viene lleno, como
todas las mañanas. Juan, aferrado a una barra, mientras el balanceo, termina de
hacerle sentirse mal. Se baja dos paradas antes de la suya, pero necesita tomar
aire, el mismo que estabilice su cabeza. Una jardinera es un buen lugar para
intentar recobrar el equilibrio. Cree que va a caer pero consigue mantener la
verticalidad, se sienta en ella. Mientras el color blanco tiñe su cara.
Una mujer se detiene por ver si necesita ayuda, a
penas le salen las palabras, por lo que marca su teléfono en busca de ayuda
médica.
En pocos minutos una ambulancia se posiciona en
el lugar. Dos personas salen para chequear que ocurre. Se va congregando gente
alrededor.
Balbuceando dice su nombre, mientras uno de ellos
va sacando la camilla. El pulso está muy bajo igual que su tensión arterial.
Por lo que le llevan a un hospital. De la cartera extraen su identificación y
su tarjeta sanitaria. En unos minutos más le hacen los protocolos de urgencias.
Espera resultados, tendido en la camilla, su
cabeza sin ubicarse del lugar donde está.
Gente moviéndose deprisa, mientras las voces son
susurros. Sonidos de maquinas con un pitido rítmico.
Juan comienza a tener conciencia de donde está y
que le ha ocurrido. Tras cinco horas le dan el alta. Realiza los últimos trámites
y sale a la calle. A su alrededor gente corriendo en busca de su sustento
alimentario.
En la cabeza de Juan una pregunta: ¿Cuál es la
realidad?
Ha estado en otra dimensión y tras suministrarle
una droga ha regresado a la realidad. Poco a poco esta despertando de un sueño,
o ensoñación, agravada con el vaivén del autobús. Durmiéndose encima de una
camilla y transportado con una ambulancia con destellos y sirena. Todo termina.
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