El
tren comienza su marcha tedios, a través de los rieles paralelos sobre unos
lechos de hormigón, con los diferentes anclajes para sujetarlos en su sitio.
Nadie
se fija en el sustento que los mismos desempeñan, pero sin ellos no seria
posible el traslado de viajeros. Hoy en mayor medida por ser viernes por la
tarde. Al iniciar la marcha ya se han repartido los distintos sitios libres,
cada persona toma su espacio como propio, donde durante una hora, en la mayoría de los casos, les sujetara ante el paisaje difuminado por la velocidad del
convoy. El movimiento rítmico invita a cerrar los ojos y abstraerse hasta que
los altavoces indiquen la llegada a la estación término.
Otros
consultan su libro, que es cuando más le aprovechan o la mirada tendida.
Una
parada brusca y un movimiento de cuerpos hacía delante. Un reproche
generalizado hacía el conductor, por su brusca maniobra y un reproche, que se
ve secundado en la cabeza de muchos viajeros.
Tras
una espera de cinco minutos, todo el mundo quiere información sobre lo que esta
ocurriendo y algunos dan con los nudillos en la cabina del maquinista, para
enterarse. Por fin, anuncia por megafonía el motivo, es un desprendimiento de
tierra. Y ahora que, es la respuesta. Tienen que esperar a la retirada de la
misma para poder seguir circulando. El nerviosismo se vuelve generalizado y las
diferentes conversaciones en los diferentes teléfonos móviles, se entrecruzan,
creando un gran caos. Similar a la de la arena vertida sobre las vías.
Todo
el mundo tiene prisa y la próxima estación esta a solo cuatrocientos metros.
Piden abrir las puertas para poder llegar a la misma y coger un transporte
alternativo, pero la altura de la puerta al suelo es un poco considerable para
mucha gente. Impaciencia reina.