Vuelve de el pueblo de al lado,
Juan, pero cada dos por tres vuelve su vista hacía atrás, coincide que es la
puesta de sol y los tonos naranjas, son hoy, especialmente bonitos. Lo que hace
que el camino de tierra, sea ignorado en su trayectoria y pare a cada momento
hasta que el sol desaparece, ocultado por una montaña pasado, el pueblo.
El paso de una bicicleta rompe el
instante, para volver a ser retomado. Directamente parado con la vista hacia
poniente. Mientras bandadas de pájaros surcan los aires, dando la música
necesaria con sus graznidos.
Según, el sol, toma la línea del
horizonte se oculta con mucha velocidad, adelantando la perdida de luz. Por lo
que Juan, reinicia su camino. A penas dos kilómetros separan ambas localidades
y una carretera también les une. Pero le gusta caminar sentir los pasos en su
cuerpo, disfrutar de los árboles que escoltan el camino y los arbustos que hay
entre ellos, para separar las tierras de labor.
Unas veces lo hace en bicicleta
pero hoy necesitaba el sentir el contacto con la tierra y encima su vuelta
coincide con el atardecer, sus colores, sus olores y su sonido, peculiar.
Hoy ha tenido un día
particularmente extraño, donde ha habido discusiones que le han perturbado la
paz. Por ello necesitaba este paseo y comprar algo de comida en una tienda que
le gusta mucho y le da una amistad, con la dueña.
Si hubiera quedado en casa, Juan
estaría analizando una y otra vez la situación vivida, y eso no le iba a ayudar
nada, por eso fue al vecino pueblo. Ver la otra realidad que nos oculta las
discusiones, como si marcaran nuestro destino. Así piensa Juan.
Aumenta el ritmo de paso, para
quitar el frescor que ya se esta iniciando.
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