Cada vez que se encuentran están
discutiendo. Juan y Alberto don de esa manera. Se asemejan al perro y al gato.
Estando juntos discuten pero sino se ven con su amigo se sienten perdidos.
Es curioso, porque todo el mundo
les reprocha cual es el motivo de seguir juntos, todos los días.
En silencio, Juan admite que
admira a su amigo pero nunca se lo dirá, sabe que esa seguridad que muestra en
sus afirmaciones le ayuda a sentirse bien. En el caso de Alberto dice palabras
parecidas y además le muestra su cariño que, pese a las discusiones se procesan,
el uno al otro.
Pero todo cambia, de la noche a
la mañana. Alberto le destinan, por cuestiones laborales, a otra ciudad. El
trabajo destruye una profunda relación de amistad, pero, ellos, han conseguido
seguir, en su empeño, de verse todos los fines de semana.
Unos vendrá Alberto y otros ira
Juan,
Parece solucionado, cambiaran de
ambiente pero no de amistad. E incluso convivirán más tiempo.
En este tiempo aparece en la vida
de Juan una mujer, Rosa. Con lo que los fines de semana se espacian, aunque
sean compensados con llamadas telefónicas, todos los días.
Alberto no quiere conocer a su
rival, de amistad. Y evita verse con ella. Ya no hay viajes de, fin de semana.
Cada vez existen menos
discusiones y se acortan los campos para hablar. Alberto se lo hace saber y
Juan, asiente con un sentido de culpabilidad por haber incluido en su vida a
una tercera persona.
Empiezan a espaciarse las
llamadas y la comunicación entre ambos.
Sin saber como dejan de
comunicarse y surge un vació en el corazón de ambos.
Alberto comienza una relación con
otra mujer, Margarita. Es como el aposito que defienda la erosión de la
soledad, que tiene.
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